sábado, 14 de noviembre de 2009

Chop suey de oso amoroso


Queridos seres del inframundo... Sigo en mis trece y espero que por mucho tiempo. Yo era feliz siendo un niño en los 80, era una época ingenua y alegre, creíamos que en el año 2000 ya estaríamos todos dando vueltas por el espacio, rodeados de androides y mil maravillas tecnológicas. Los libros que leíamos, las pelis que veíamos y la música que escuchábamos, nos inducían a pensar que el positivismo era lo más. Después, los juguetes se convirtieron en cancerígenos y las golosinas también. El sexo empezó a contagiar el VIH, y todo ese optimismo se fue al traste. Descubrimos que la empresa que comercializaba a los osos amorosos, mi pequeño pony y a la muñeca Barbie, era una multinacional despiadada que usaba trabajo infantil, explotaba a los adultos, y se dedicaba a dañar el medio ambiente, en fin que tanta franela rosa y tanto vestidito de muñequita glamourosa era en realidad un velo que cubría la maldad en estado puro. Supimos que fumar puede matar, drogarse te deja estéril y beber es una mezcla de los dos anteriores. Nos empezamos a enterar por fin de que en el mundo estaba sucediendo algo llamado globalización. La Guerra fría terminaba para dar la supremacía al bloque capitalista, y cayó el Muro de Berlín. En un emotivo acto unos envejecidos Scorpions cantaban "Wind of change". Todo aquello nos hizo conscientes de lo que pasaba a nuestro alrededor, de que formábamos parte de algo. Eso sí, vilmente engañados por un sistema, al que no creíamos tan malvado y corrompido.
Luego vinieron los noventa, en la que todo lo vivido nos empujaría a un pesimismo patológico. La edad oscura, de vestirse de gótico imitando a los vampiros de Anne Rice. El grunge, chavales que no eran más que hijos de papá vestidos con ropa agujereada de mercadillo y greñas enmarañadas. Y que terminó cuando Kurt Cobain desayunó un cartucho del 12. Toda esa languidez, y la tristeza, ese aire amarillento de dulce melancolía, parecían no tener fin. Lo tuvo, y aquí estamos casi al fin de la primera década del siglo XXI, y ni el optimismo radical, ni el pesimismo exacerbado, nos han dado ningún resultado. Parece ser entonces, que el justo medio de Aristóteles era la solución, el caso es que tenemos la fórmula desde hace más de 2000 años y todavía no la hemos puesto en marcha, es que somos durillos, eh? Así que cortáis el oso amoroso en tiras y lo freís en un wok con poco aceite, cuando esté bien doradito, reservar. En fin, amigos, espero que os aproveche.

En posteriores episodios de Be water...my friend

El bueno, el feo y el malo.